No
es secreto para ningún peruano que ya hace mucho el aparato estatal perdió el
trono y el cetro que alguna vez le
fueron conferidos por la autoridad que le reviste. Aquello, en lo que respecta
a imponerse frente a diversos conflictos que se puedan suscitar al interior del
país; sea ya por la inminente incapacidad de hacer prevalecer sus decisiones en
beneficio del bien común por sobre intereses particulares, o por su soberana
inhabilidad para alcanzarle al ciudadano de a pie precisamente aquello
consagrado en el artículo primero de la Constitución Política de 1993, la
defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad, cuyo componente
primordial bien podría ser la seguridad.
No
es desconocida para nadie la inactividad del sistema judicial y lo poco efectivo
que ha sido el cuerpo policial, como fuerza especial del Estado para hacer
primar por encima de amenazas y menoscabos a la justicia, el ius imperium del Estado.
Este
modesto y breve artículo no pretende ser una carta abierta a ese debilitado
aparato estatal con la frágil esperanza de lograr un cambio por allá, es más
una invitación a un “cambio por casa” – sin siquiera llegar a serlo- por parte
del peruano al cual hice referencia líneas arriba, que dadas las circunstancias
ha optado por actuar como testigo y juez, ignorando la humanidad en el otro, y
lo que es peor, negando la humanidad en sí mismo, lo cual le impide poder
distinguir la conducta de la persona, y fijarse en cuán sucia está la ciudad
sin empezar barriendo fuera de su casa.[1]
No
hace mucho todos pudimos presenciar el furor que se produjo a nivel nacional a
partir de una iniciativa de una comunicadora de Huancayo, iniciativa que surgió
luego de que la policía dejara en libertad a un
delincuente que había sido detenido por los vecinos de su barrio tras intentar
robar una vivienda, optando por colocar una banderola en su cuadra donde advertía
dejarían de entregar a los delincuentes a la policía, que estos precederían a
ser linchados; repartiendo otras similares en barrios cercanos. La finalidad de esta idea, hacer “justicia por
mano propia” para enfrentar la creciente ola de crímenes, y de esta forma buscar
disuadir al delincuente de delinquir, como si la idea de la existencia del
infierno, disuadiese al pecador de pecar.
No
hace falta traer a colación los resultados de esta iniciativa. Más de 60,000
seguidores en Facebook, más de 110 grupos al respecto en la red social, y esto
sin mencionar la publicidad hecha en otras redes. Por otro lado, un aumento a
escala de linchamientos al interior del país vinculados con esta campaña, todo
como consecuencia de que el victimario sentía que su derecho a “linchar” a tal
o cual ser humano estaba avalado por voluntad popular.
Hace
algún tiempo me topé con un titular de una agencia de noticias extranjera que
llamó mi atención. En el titular se puede leer “Chapa tu choro y déjalo
paralítico: La brutal campaña de ‘justicia popular’ sale de control en Perú”, y
posteriormente se desarrollaba la noticia ofreciendo datos clave y estadísticas
del resultado de esta “campaña”. He de
reconocer que lo primero que captó mi atención fue que se tratase de una cadena
rusa; lo segundo, también.
En
primer lugar, porque imaginé cómo podía haber escalado este fenómeno de
“linchar al choro” que una cadena rusa haya visto importancia en dar a conocer
sobre el hecho. Por otro lado, no pude evitar traer a colación uno de los
episodios más aterradores que haya podido soportar alguna población en la
historia y que tuvo lugar precisamente en Rusia: el Sitio de Leningrado[1]. Y
pensé en Leningrado no por la similitud de la coyuntura en la que germina la
iniciativa de “Chapa a tu choro”, y aquellas dolorosísimas condiciones que
aquejaron a la población durante los tres años del sitio - evidentemente; sino
por aquello que consiguió salvar a la ciudad de Leningrado desde adentro y que
evitó que la ciudad se derrumbe por completo y que se degrade a los límites más
mezquinos de la naturaleza humana, ese algo es la dignidad, no de uno mismo,
sino del otro.
Al
respecto afirmaba Diana Uribe, una afamada historiadora, que “la ciudad de
Leningrado sobrevivió porque su gente mostró la irreductibilidad del ser
humano, la capacidad de la humanidad y de poder superar las pruebas más duras
con un sentido profundo de la dignidad y de aquello que nos hace hombres.”
Recurría ella a un término que hace alusión a una regla
ética sudafricana enfocada en la lealtad de las personas y las relaciones entre
éstas- Ubuntu, que se traduce
básicamente en “mi dignidad existe en la dignidad del otro, y en la medida en
que reconozco la dignidad del otro me dignifico yo mismo”. Leningrado recurrió
al ubunto para diferenciarse del
animal y evitar embrutecer; para preservar su humanidad.
Haciendo una
confrontación de lo dicho anteriormente con la situación que nos aqueja en el
Perú, hemos de decir que bajo ninguna circunstancia el hombre debe perder de
vista que comparte un rasgo fundamental con sus congéneres, este es pues la
dignidad humana. Uno no se deshumaniza tanto como cuando desconoce esta aptitud
en el otro. Recordar que, la conducta y la persona son realidades distintas, y
que las medidas a ser adoptadas deben estar impregnadas de ubuntu; sí incluso para el castigo de la conducta y la sanción a la
persona.
Por
otro lado, no pretendo, bajo ninguna circunstancia hacer apología al crimen ni
a la impunidad, sino ir más allá y proponer se busque una cura a la enfermedad
y no un atenuante a los síntomas. Preguntarnos el porqué del crecimiento de la
criminalidad y cómo podemos contribuir “desde casa”, cada uno de nosotros.
Lo
que sí pretendo es dejar en evidencia que nuestra identidad consciente se ha
divorciado de su residencia natural en el corazón, y ha constituido una nueva
en la cabeza, en el reino de la razón discursiva con su planeamiento y cálculo
destinado a satisfacer las pasiones inmediatas y no tanto necesidades.
Para
finalizar, me gustaría recurrir a G.K. Chesterton, que en su Breve historia de
Inglaterra decía que “Tener el derecho a hacer una cosa no es lo mismo que
hacerla bien”; esto trasladado a nuestro contexto quiere decir que, el hecho de
que tengamos el derecho al acceso a la justicia- y de hecho lo tenemos y se nos
está garantizado, no implica que nosotros vayamos a hacerlo bien (por mano
propia)- o que esto nos vaya a hacer mejores, o más justos.
[1]Se conoce como 'sitio de Leningrado' al bloqueo
militar que los nazis establecieron sobre esta ciudad soviética durante la
Segunda Guerra Mundial, una de las páginas más trágicas de la historia del
país. El sitio duró en total 872 días, desde 8 de septiembre de 1941 a 27 de
enero de 1944, y costó la vida a 1,2 millones de personas. Extraído de https://actualidad.rt.com/actualidad/171749-sitio-leningrado-segunda-guerra-mundial-urss.